Por la costa de piedra y arena tosca quedan apostados los habitantes del frío austral esperando en silencio.
El Calafate florece una vez al año, invisible entre cortezas leñosas y su una espina gruesa.
Dicen que así quedó en flor esperando a que alguien vuelva y que hoy se esconde a cielo raso del viento sur.
Solo quiebran la estepa los bosques de lenga.
Son islas verticales que crecen infinitas hasta caer golpeadas por el viento, para secarse; para morir apiladas sobre sus troncos y renovar una vez más el pacto de la vida en este frío encarnatorio.